by Adrian Iturburu
Solo por un momento vi,
como él, esperaba a ella.
Sentados paresia que
estuvieran juntos, pero a varias calles de distancia.
Como tromba de agua en
pleno verano sitgetá, arranco él, y ella también, como sabiendo el
momento; doblo sin reconocer el motivo ni por asomo pre sumirlo, se
detuvo en aquel escaparate justo antes de anochecer la ciudad, de
encender sus colores antiguos y misteriosos que aconsejan a los
idiotas, dormir boca arriba.
Apareció como la luz de
aquella película que vieron en Montevideo, de repente, sin avisar,
los títulos estaban delante de sus ojos, como apurando el fin del
principio innecesario, como abrazo de enamorados. La calle apareció
repleta, de versos, de voces honestas, sencillas y toscas, como
escuchaba de lejos en las Ramblas de aquellos tiempos, entre pájaros
extraños y ratas entre rejas, prontas para morir aprendiendo las
reglas domesticas.
Pensaba ella, parada como
tonta frente a la vitrina de una histórica casa de almacén, donde
se exponía un mono pequeño, embalsamado; que horrible era la idea
de morir sin quererlo sin apenas haberlo pensado ni mucho menos,
soñado.
Eran ya, las cuatro de la
tarde y se asomaba las voces de la tormenta más grande de todas,
casi paresia de noche, las luces de los faroles antiguos se encendían
sin entender nada de nada, despertados por la oscuridad o quizás por
el ruido estruendoso del cielo de Barcelona. Parecía que ellos
llamaban a la lluvia, siempre que se querían ver. Donde estuvieran, donde se
buscaran, asoma tímidamente la noche, para luego atraparlos a todos
y a todo lo que se encontraba a su alrededor. Pero eso a el, le gustaba
mucho.
Encontraba una sencilla y
estúpida idea, de sobrecogimiento, de frío; seria tal vez por su
amor al invierno, que le recordaba tanto a su infancia, o quizás,
era mas rápido para ir directo a la cama.
Como en suspiro, la luz se
apaga y el sudor de los cuerpos, emanan sustancias, enriqueciendo la
habitación de lujuriosas sabanas blancas. El disco, ya era el
segundo que escuchaban, lo había elegido él, era como un romántico
que no podía hacer nada si no tenia poesía a su alrededor, si no
sonaba su Santana, si traía aquellos recuerdos que nunca había
vivido.
Era hermosa la ciudad
mirada desde la ventana, de aquel hotel que sonaba a cantos de mujer,
que alguna vez fue reunión de trovadores, adictos a lo nocturno,
borrachos de pacotilla, y hippies de postal; en fin de arruinados por
diferentes motivos, que alcanzaban según el dueño del lugar, el
nirvana ni mas ni menos.
Ellos no lo savian, pero
sin duda que podían olerlo, y viajar en sus discursos olvidados, a
estos lugares de donde pertenecían, e incluso viajaban mediante la
música de fondo, y alguna estrofa perdida y mal leída por la
borrachera.
Eran solo ellos y nadie
más, el mundo.
Terminaban de hablar de
cualquier cosa, poco interesante para él, que siempre buscaba lo
perfecto, llevarse a su mente el recuerdo de un instante, recorrer la
mente de los demás, sacarle una respuesta a su vida. Había leído
mucho, y explicaba cosas a ella, que muchas veces no entendía, él
le decía que le quería...
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