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A.Iturburu // Homo Globo, 2012 Sueños de Odilon |
Pintar es soñar (sobre Odilon Redon)
PINTAR ES SOÑAR
[Odilon Redon, Príncipe del Sueño.
Grand Palais, París, hasta el 20 de junio. Después, entre el 7 de
julio y el 16 de octubre, en el Museo Fabre, de Montpellier]
José Jiménez.-
No demasiado conocido del gran público,
figura independiente y relativamente marginal en su momento, la
importancia de la obra de Odilon Redon (1840-1916) no ha hecho sino
acentuarse con el paso del tiempo. Aunque llegó a participar, en
1886, en la última exposición de los Impresionistas, Redon concebía
su trabajo artístico en abierta oposición a lo que llamaba
"imitación y naturalismo directos", entonces dominantes.
Algunos manuales de historia del arte lo encuadran dentro de las
corrientes "simbolistas", pero su obra va mucho más allá,
y en su caso deberíamos hablar quizás de mentalismo: su obra
plástica intenta dar libre expresión al universo interior de la
mente. En ese sentido, Odilon Redon anticipa la gran revolución que
conduce al arte moderno de la representación de lo externo a un
modelo interior, como en su momento diría André Breton. Mucho antes
que Breton, en 1913, Marcel Duchamp, que se encontraba en los inicios
de la elaboración de su obra decisiva, El Gran Vidrio, declaró: "Si
tuviera que decir cuál fue mi punto de partida, debería decir que
fue el arte de Odilon Redon".
La magnífica exposición que se
presenta ahora en París, de donde viajará a Montpellier, permite
una revisión en profundidad de esta figura central de la modernidad
artística. Se han reunido en ella unas 170 pinturas, pasteles,
carboncillos y dibujos, un importante conjunto de sus series
gráficas, e incluso se ha reproducido a escala original la
decoración mural que, hacia el final de su vida, realizó por
encargo de uno de sus mecenas.
En las raíces del trabajo de Odilon
Redon se funden su identificación con la naturaleza, el
evolucionismo de Darwin, las lecturas de Edgar Allan Poe, Baudelaire
y Flaubert, junto a la obra de Rembrandt, Goya, Delacroix y la
influencia directa de un gran maestro solitario del grabado Rodolphe
Bresdin (1822-1855), de quien fue alumno y por quien siempre sintió
una profunda admiración. A contracorriente del gusto dominante,
Redon desarrollará su obra durante casi treinta años en el dominio
del negro, que consideraba "el color más esencial".
Dibujos al carboncillo y álbumes de litografías en los que va dando
curso a toda una serie de imágenes que brotan directamente de su
imaginación, de su mundo interior, lejos de todo "naturalismo":
árboles, figuras híbridas, monstruos, ojos, cabezas, alas…
imágenes flotantes en un mundo de ensueño. ¿A quién podría
ocurrírsele, representar una araña con una intensa y expresiva
sonrisa…, obviamente humana? ¿O una cabeza humana, a la vez
planta, de la que salen agujas de cactus…?
A partir de 1890, Redon va poco a poco
abriéndose hacia una utilización del color en su obra, que se hace
plena e intensa ya en el comienzo del nuevo siglo, momento en el que
en cambio abandona la litografía y el carboncillo. El empleo del
color se pone en relación con su deseo de expandir la vida a través
del arte. "Pintar", señala Redon, "es reconstituir o
amplificar la vida". Visiones interiores, figuras legendarias,
como Orfeo y muchas otras, o flores y conchas, fluyen en una obra
cargada de enigmas, que nos habla de una realidad que está en otra
parte, en el universo de la fantasía. Su gran amigo Stéphane
Mallarmé, con quien sus planteamientos estéticos tienen tanto en
común, le dijo en 1891: "Usted agita en nuestros silencios el
plumaje del Sueño y de la Noche".
Y con ello tocamos un punto capital, la
importancia que la visión interior tiene en la obra de Odilon Redon,
anticipando en buena medida tanto la sensibilidad como no pocos
motivos y cuestiones que desarrollaría después el Surrealismo. El
punto de inflexión en su proceso creativo está, precisamente,
marcado por la edición en 1879 de un álbum de diez litografías: En
el sueño. Publicado mediante una suscripción privada, y con tan
sólo 25 ejemplares, el álbum le dio una cierta notoriedad. El globo
ocular flotante de una de sus planchas vuela, a través de toda una
serie de variaciones y desplazamientos, hacia una figura andrógina y
gigantesca que, desde sus hombros, parece brotar de la tierra: Los
ojos cerrados (1890). Cerrados hacia fuera, los ojos se convierten
así en el órgano de la mirada interior. Se ve hacia dentro, no
hacia fuera. Una auténtica esfinge de los tiempos modernos.
No se pierdan esta muestra de ensueño,
que recoge con amplitud la amplia gama de registros de este artista
diferente, excepcional, en cuya obra brilla la precisión del
detalle, de lo minucioso, de lo pequeño que habitualmente no
advertimos. De forma consciente, Odilon Redon buscaba dejar hablar a
lo inconsciente: "Todo se crea", escribió en 1898, "por
la sumisión dócil a la llegada de lo inconsciente".
PUBLICADO EN: ABC Cultural
(http://www.abc.es/), nº 996, 7 de mayo de 2011, pp. 28-29.
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